
TINTA Y
PAPEL


ó
Una Noche Parisina
Paris, una mañana como cualquier otra. Humedad en el ambiente y una ligera lluvia que impactaba en la ventana de la habitación principal que daba salida a la calle por medio de un pequeño balcón; Jean, un hombre de 35 años, alto, con el cabello rubio y los ojos claros, un hombre que a su corta edad es viudo, ya que su esposa murió en un accidente automovilístico junto a su pequeña hija de 6 años. El suceso que pasó ya varios años lo dejo marcado y en una profunda pena y tristeza que roza la depresión crónica. Su esposa era dos años menor que él y desgraciadamente falleció muy joven y junto a su pequeña niña fueron arrebatadas de su vida de un momento a otro, como si de un disparo se tratara, tan veloz y letal. Me levanté de mi cama, como todos los días me dirigí al baño para ducharme, luego de eso bajé a la cocina para preparar mi desayuno y para salir de mi departamento situado en el centro de parís. Esa noche tenía un evento especial, una conferencia de arte gracias a que laburé como pintor por muchos años, este mismo día tenía una cita con mi psiquiatra como era habitual en los sábados de cada semana.
Caída la noche, a eso de las 8pm, tomé rumbo hacia el centro de convenciones que estaba situado en la otra punta de la ciudad, me subí a un taxi para poder llegar a tiempo al evento, pero repentinamente un sentimiento de tristeza se apoderó de mí, dando lugar a una crisis nerviosa que azotó como una ola en la costa, empecé a cuestionarme mi vida y a preguntarme si estaba bien lo que hacía, si era justo seguir mi carrera como artista o si lo mejor era dejar ese mundo de lado a costa de que todo mi mundo e inspiración ya no estaba presente. Me bajé del taxi y pagué el costo del trayecto, eran las 9 de la noche y la conferencia estaba a punto de empezar, tomé asiento y repentinamente una dulce voz como si de un ángel se tratara, me habló y me preguntó si el lugar a mi lado estaba ocupado. — No, puedes sentarte si lo deseas. —Muchas gracias, mucho gusto mi nombre es Elizabeth. —Un placer, soy Jean. —El placer es mío, que te trae a la prestigiosa conferencia de arte L´Air en Paris, la ciudad del amor, la arquitectura y el arte moderno. Dudé si contestar a la pregunta o no, me dije a mi mismo, esta mujer en serio desea saber sobre mí, me cuestioné si de verdad le interesaba saber sobre mi vida, pero repentinamente sin yo querer palabras brotaron de mi boca. —Soy un pintor, me asocié a este mundo hace ya unos años, pero la verdad he pensado en dejarlo. —¿Por qué? —preguntó ella con un tono neutro pero muy dulce a la vez. — Sinceramente, ya no le encuentro sentido a seguir pintando y a seguir dibujando como antes—argumenté a punto de estallar en un llanto muy profundo a causa de recordar lo sucedido. —Si te gusta en verdad deberías esmerarte para ser el mejor en ello—dijo ella con un tono amenazante en modo de regaño—yo estoy aquí porque amo todo esto, obviamente no estoy relacionada tan estrechamente como tú, pero aun así me encanta.
De repente mis lágrimas se tornaron en lágrimas de alegría, puesto que esta muchacha le hallaba mayor alegría y mayor sentido a la vida que yo, y eso que pensaba que ya tuve todo lo necesario para ser feliz y esfumar las ideas negativas de mi cabeza. —Sabes algo Jean, para todos los problemas hay una solución excepto para la muerte. Precisamente ese era mi problema, la muerte de las dos personas que más amaba, la muerte de las dos mujeres más preciadas para mí, mi vida murió, pero yo aún seguía aquí. La conferencia inició y cortó mi conversación con Elizabeth, a las 11pm terminó la conferencia y el lugar quedó vacío y desolado, excepto por una persona que se quedó para para apreciar las obras de arte expuestas por todo el sitio. Era Elizabeth, esa chica tan bella que no tenía más de 30 años pero que poseía la sabiduría de una vieja anciana con miles de vivencias. —Hola—dije tímidamente — Pensé que todo el mundo se había marchado, aunque esperaba que siguieras aquí, no sé por qué, pero en el fondo lo deseaba. Esas palabras me dejaron atónito y sin aliento, era como decirle a un viejo ermitaño que lucía bien y que era de su agrado, esta joven me volvió a dejar un nudo en la garganta. ¿Cómo podía ser tan feliz y maravillosa todo el tiempo? —¿Tienes hambre? — pregunté ilusamente, como si se tratara de una vieja amiga o algo más íntimo — podemos ir a comer aquí a la esquina, hacen los mejores croissants de la zona. Nos dirigimos hacia el restaurante y en el trayecto hablamos de cualquier cosa para pasar el tiempo y conocernos, ya en el restaurante ordené un café y un croissant, ella simplemente ordenó un café con leche y una tostada. Todo esto me parecía a una cita, la cual no tenía hace ya varios años, esta mujer es distinta a las demás, me dije a mi mismo; acabamos nuestra comida e intercambiamos números de teléfono para seguir en contacto luego de nuestra “cita”. En vez de tomar un taxi para llegar a mi casa decidí caminar un poco y despejar mi cabeza de todas las dudas que tenía en ese momento.
Pasados los meses y luego de mucho tiempo de estar hablando con Elizabeth, empecé a sentir atracción por ella, pero esto no duraría mucho tiempo, puesto que Elizabeth era la mayor criminal de toda Europa, ella era una asesina en serie que buscaba presas por todo el viejo continente, asechaba a sus víctimas como un león a una gacela. Me enteré de esto gracias a estar divagando por archivos en internet, siempre me interesó la criminalística y mi primo tenía acceso a la base de datos de la policía gracias a que él laboraba en este ámbito, simplemente encontré un encabezado con su foto y me impactó bastante ver a esa chica tan dulce cometiendo tales atrocidades. Yo sabía que su simpatía no se debía a un amor repentino que pudo haber surgido entre los dos, sino que yo era su próxima víctima, desde el primer día en que hablamos ella ya sabía qué intenciones tenía y su plan en específico para lograr su cometido. Simplemente, me preparé y asimilé lo que iba a suceder, decidí no luchar por mi vida, tantas penas pasadas y todo en el mundo volvió a ser una penumbra así que no tenía sentido alguno prolongar mi sufrimiento y soledad. No sabía cuándo iba a actuar Elizabeth, pero presentía que mi hora estaba cerca y la fecha estaba marcada y sentenciada por ella. Domingo en la mañana un día tranquilo y sin ajetreos cotidianos, una mañana con un clima ideal lo cual era raro en esta ciudad. Elizabeth me despertó con un beso en la mejilla como era de costumbre, pero ahora había algo diferente, me dijo algo que me dejó completamente atónito. –Eres el único hombre al que he amado y tu partida será la más dolorosa para mí—dijo entre llanto y con un tono débil y triste. En mi cabeza ya sabía lo que proseguía en ese momento, Elizabeth se abalanzó sobre mí con un cuchillo en su mano y lo clavó en mi pecho, pude haberme defendido, pero pensé que finalmente podría tener paz y tal vez en algún momento reunirme con la niña más especial para mí. La sangre brotó sobre mí pecho y pasó hasta teñir las sábanas de rojo y como si de un tiro en la cabeza se tratara me desvanecí enseguida, pero una imagen se grabó en mi mente para la eternidad. La mujer más perfecta que conocí también fue la más letal en mi vida, y así fue como dejé mi existencia y no me aferré a ello, sino más bien un sentimiento de calma me inundó, por esto mismo le agradezco a aquella mujer haberme liberado de mis ataduras, me pudieron haber tocado muchas vidas, pero a mí me tocó un infierno.
Ángel Montien.